Jose Domínguez dice:

Hasta siempre, mi querido abuelo Chito Hoy las palabras se me quedan cortas, pero necesito despedirme de ti, abuelo del alma. Gracias… gracias por todo lo que me diste, por cada enseñanza que dejaste grabada en mí, por cada momento compartido que hoy se convierte en tesoro. Fuiste un faro en mi vida, siempre empático, siempre atento a lo que yo sentía, incluso cuando yo no sabía cómo expresarlo. Cómo olvidar esas pláticas contigo que empezaban con cualquier tema y terminaban siendo horas llenas de sabiduría, de carcajadas y de silencios cómodos que hablaban más que mil palabras. Tu manera de ver la vida me enseñó a caminar con firmeza y humildad. Tus consejos, irrevocables y sabios, están empalmados en mi memoria como marcas de amor puro. Me enseñaste a ser fuerte sin dejar de ser sensible, a valorar lo pequeño y a sonreír a pesar de los días difíciles. Las anécdotas vividas contigo son capítulos imborrables en mi historia. Y aunque hoy me embarga el dolor, también me inunda una gratitud inmensa, porque tuve la dicha de tenerte, de quererte, de aprender de ti. Porque evocarte es traer a mi mente un amor y un cariño irrefutable, profundo, que trasciende esta vida. Te me vas, jefe del alma, pero no del corazón. Allí seguirás viviendo, guiando, sonriendo. Y cuando me falten fuerzas, recordaré tu voz, tus gestos, tus abrazos, y entonces sabré que sigues conmigo… para siempre. Descansa en paz, jefe querido. Aquí me quedo, honrando tu memoria.